lunes, 24 de octubre de 2011

Locura y realidad

( final )


El hombre salió de la bodega. A mi lado se encontraba una joven de 23 años llamada Ana.
Empezamos a cuestionarnos sobre lo que había dicho aquel hombre y  de lo que pasaría en los próximos días. Las dos no dábamos crédito a lo que se nos estaba pidiendo: matar a toda persona que no fuera católica.

He de confesar que me dio mucho miedo aquella orden pero prefería cumplirla al pie de la letra.
No quería morir. Toda mi familia era católica así que los demás no me importaban.
Después de todo ese caos, nos reunimos en grupos de 30 personas. Salimos de la bodega y nos dirigimos a unos cuartos pequeños. Nuevamente los oficiales pidieron que entráramos ordenadamente. Una vez dentro, una mujer alta dijo que  nos explicaría como se llevaría a cabo la matanza.
 
Algunas mujeres estaban en shock. Yo simplemente quería escuchar lo que haríamos pero aquella mujer dijo que no todas participaríamos en el plan.
Poco a poco, cada una de nosotras se presentó. Por fin llegó mi turno: me llamo Alejandra, tengo 20 años, trabajo y soy soltera. Soy católica como toda mi familia y estoy dispuesta a cumplir lo que Dios nos pide.
Al final de las presentaciones, la mujer platicó con cada una en voz baja. Cuando fue mi turno, preguntó que si me consideraba una persona débil. Mi respuesta fue que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por salvar a mi familia y salvarme a mí. La mujer me miró fijamente, sonrió de una manera extraña y pasó con la siguiente chica.

No sé cómo pude ser tan cruel. Ya no sabía quien era realmente. Mi forma de pensar cambió de una manera tan drástica y solo deseaba escuchar esas órdenes para empezar con el plan y que todo acabara. La mujer mencionó solo 10 nombres y pidió que el resto de las mujeres saliera del cuarto.
Todas esas chicas se fueron llorando hacia el autobús. Nunca supimos que fue lo que realmente pasó con cada una de esas chicas.
 
En ese instante, la mujer dio la primera orden: empezar a reclutar a nuestros amigos, familiares, vecinos o cualquier conocido que no fuera católico. De repente, vino a mi mente un nombre: Mary. Mi bisabuela ya no era católica. Tenía aproximadamente un año que ella se había cambiado a la religión cristiana. Por supuesto toda la familia había dado el grito en el cielo. A nadie le pareció que cambiara de religión de un día para otro.
Mi bisabuela me preocupaba. ¿Sería capaz de matarla? Esa pregunta era difícil de responder pero si no la mataba yo alguien más lo haría.
En ese momento me di cuenta de que las cosas serían difíciles. Ya no tenía que preocuparme por los demás ni por mi propia familia. Desde ese instante, supe que tenía que actuar y pensar de manera fría.
Si Dios pedía matar a los que no fueran católicos, no tenía porqué sentir pena alguna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario