miércoles, 23 de noviembre de 2011

En otra dimensión

( octava entrada final )

 Podía darme por vencida y enfrentar las consecuencias ó seguir corriendo hasta que alguno de los policías me matara. Mi corazón latía rápidamente y me faltaba el aire. Tenía que detenerme. Un hombre que no estaba uniformado me dijo que había cometido un grave error. Definitivamente fue una mala decisión.
Aquellos hombres me llevaron de nuevo al albergue. Todo seguía siendo un caos. La mujer que desde un principio nos había reclutado me miraba fijamente.
Yo simplemente agache la mirada y caminé despacio. Por fin me armé de valor y le pregunté qué era lo que realmente pasaba. Al parecer esa historia con la que nos habían enganchado al principio era mentira.
Ella no contestó. Había una gran cantidad de mujeres sangrando por los golpes de los policías. Eso me causó una profunda tristeza y me puse a llorar.
Necesitaba saber la verdad. Parecía qué éramos los únicos reclutados y que nadie más sabía de la orden del Papa. Se escuchaban más ambulancias. Estaba muy confundida y desesperada por no saber qué hacer.
La mujer se acercó a mí y me empezó a hablar de los católicos. Ella no estaba de acuerdo en que existieran más creencias. Yo tenía miedo de darle mi opinión. La mujer decía que teníamos que acabar con todas esas personas que tenían una religión equivocada. La órden del Papa era una mentira. Todas esas personas pensaban que la única salvación del mundo era matando a los no católicos. Nos hicieron creer que era un mensaje divino. Fuimos los únicos tontos que estuvimos dispuestos a matar para cumplir la misión.
La buena noticia es que entre todo ese caos no tuvimos qué poner en marcha aquella orden. No podía creer lo que me decía. Parecía una fanática de la religión católica.
La mujer me miró fijamente y me dijo que la perdonara. Para ella la esperanza de salvar al mundo era lo más importante. Yo representaba un obstáculo para que ellos continuaran su misión, ya que mis dudas habían llegado demasiado lejos.
De pronto, entre todo ese caos, llegaron unos militares. La mujer me señaló, ellos se acercaron a mí y me llevaron. Sabía qué ese era mi castigo por haber intentando fugarme.
Salimos del albergue y nos subimos a una camioneta. En el trayecto, uno de los militares me dijo qué me explicaría todo lo que estaba pasando. Yo simplemente lo miré.
Jamás imagine qué aquellos hombres y mujeres ya habían empezado la matanza desde un año antes. Habían acabado con cientos de personas y tenían una forma de operar similar a la de los narcotraficantes: levantaban a las personas, deshacían los cuerpos con ácido, baleaban hogares... Esto lo hacían para no levantar ninguna sospecha en la población. Cada persona muerta durante ese tiempo era relacionada al crimen organizado pero en realidad todo era culpa de su religión. Por medio del reclutamiento estas personas buscaban aliados.
 Llegamos al Ministerio Público. Nunca creí que me acusaran de matar a tantas personas. Intenté explicar varias veces como habían sido las cosas, desde el reclutamiento hasta ese día en qué quise escapar. La próxima semana me dirían cuantos años estaría en la cárcel. Yo soy inocente.
Esta es mi manera de decir adiós porque no puedo hacerlo cara a cara. No importa que suceda ahora. No estaré aterrada porque sé qué hoy es el día más perfecto que he visto...

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